Descongelé inocencias primeras,
estupefactas ante el descaro de mi voz,
fundida en los arrabales del destino.
Avancé sobre los conseguidos.
Un declive de años se sucedía entre cortinas
y aquel café, perdido en el centro de la vida.
Después, averigüé la verdad:
la talla no es siempre estatura.