Sonia Ruiz quiere madurar, dejar de ser tan impulsiva, tan arrolladora, tan visceral. Ese patrón de nueva serenidad pretendida se complementa con un giro profesional para no aceptar casos solo de supervivencia. Y así transcurre la vida de Sonia, entre el aburrimiento y la incertidumbre vital, cuando le llega un email que trastoca sus planes de futuro inmediato. Le escribe un inversor en criptomonedas con una cuantiosa fortuna, fallecido sorprendentemente según hace constar él mismo en el correo, indicándole que su esposa le contactará como detective reputada para la localización del hijo desaparecido, a fin de poder resolver la herencia. Le pide que no lo encuentre, pero que finja que lo está buscando a ojos de su esposa.
A partir de la recepción del email se abre un abanico de idas y venidas, de viajes a Palermo, ciudad en la que está depositado el testamento, de engaños, manipulaciones, fraudes y vileza, con un Pau rescatado de la nostalgia, de nuevo físico, como ayudante de la vorágine en la que se ve atrapada Sonia.
