Cuando Patrick Leigh Fermor emprende su viaje a la abadía de Saint Wanderville a principios de los años cincuenta, lo hace con el propósito de hallar la calma y el silencio necesarios para escribir su primer libro. Viaja primero a la abadía benedictina de Saint Wanderville, en Normandía, y luego prosigue hacia Solesmes, y de allí a las tierras grises y solitarias de la Gran Trapa. Una estancia posterior en los monasterios abandonados de Capadocia completa el recorrido por estos lugares sagrados que, en palabras del propio autor, le afectaron de modo profundo.
Leigh Fermor nos abre las puertas de estas cuatro abadías, impregnadas del misterio que rodea la vida de clausura, invitando al lector a descubrir los rituales cotidianos y el fluir del día a día que trascurren tras sus muros, así como a los individuos, sorprendentemente lúcidos y equilibrados, que eligen los rigores de la vida comtemplativa.
En la reclusión de una celda, escribe Leigh Fermor, las turbulentas aguas de la mente se apaciguan y clarifican, las ocultas impurezas que la oscurecen flotan hasta la superficie donde pueden ser retiradas y después de un tiempo se alcanza un estado de paz inconcebible en el mundo ordinario.
Un tiempo para callar, la más breve y, según algunos críticos, la más sutil y lograda de sus obras, consagra a Leigh Fermor como el mejor escritor de viajes de su generación, una lectura indispensable para todo lector sensible a un mundo estéticamente bello y apacible en vías de extinción.