Los buenos aforismos tienen siempre, para el lector, algo de luminoso e imprevisible. Son una chispa, un golpe, una evidencia súbita. Aspiran a desvelar, como en una instantánea, matices y perspectivas inéditas de lo real. Su naturaleza poética, la verdad que expresan, se constituye en el acto mismo de su enunciación, en el momento de escribirse. y de leerse. No importa que el resultado pueda parecer, una vez traducido en una proposición racional, una obviedad, porque el aforismo no puede ser valorado sino en lo que tiene de revelación, en su carácter emergente y seductor, en su cualidad sugeridora y expansiva que trasciende los mismos límites del decir. Es el pensamiento en el momento mismo de su nacer al hombre.