Con estilo cinematográfico, y casi a la manera de un guion que atrapara cada escena para mostrarnos su esencia a fogonazos sensoriales, el pulso narrativo de Fernando Merinero nos sumerge en las peripecias de unos personajes cautivos de sus más bajos instintos y miserias. A medida que se nos desvela el turbio pasado de algunos de sus protagonistas, va poniéndose en movimiento, como la polea chirriante que hiciera descender la soga hacia el interior de un pozo, su inexorable proceso de degradación y deshumanización, que alcanzará extremos inimaginables. Es El pozo, en definitiva, una obra atípica, descarnada, que nos retrotrae a un tiempo histórico relativamente reciente, el año 1969, para simbolizar el enfrentamiento entre dos mundos que buscan un imposible encaje, al sentirse gobernados todos los personajes por la dictadura del miedo: el miedo a ser libres, a manifestarse con claridad, a la autenticidad de los adultos frente a la pureza salvaje y primigenia de la adolescencia. Una novela que logra aunar con precisión elementos tan atractivos narrativamente como puedan ser la envidia, el