Peter Seewald narra cómo en su juventud dejó la Iglesia y cómo con el paso del tiempo volvió a plantearse la búsqueda de sentido en la vida.
"No sé cuándo comencé a pensar de nuevo en Dios. Es posible que fuera con ocasión de una boda, cuando hay que ir a la iglesia porque los novios desean un escenario romántico. Allí, sentado en la nave, con las manos juntas, y, aburrido, uno comienza a observar la bóveda barroca, donde unos angelotes gordinflones trenzan una corona alrededor de la Virgen. Pero quizá también se debiera a una canción que oí, "All the lonely people", de los Beatles, que dio exactamente con mi estado de ánimo: un cierto cansancio y sentimiento de estar perdido, porque todo se repetía sin sentido y los días pasaban desmadejándose como un carrete que ya no puede volverse a enrollar y que al final se queda desbobinado: se acabó.
Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios, me pareció como una aventura, un desafío necesario para dar emoción a la vida. Para mí, a partir de un determinado momento, una vida sin fe no solo me habría sabido a poco, sino que también habría sido demasiado burguesa y vacía, como la versión mínima de la existencia humana".