Los Cuatro Salmos de William Stanley Merwin son el recordatorio de que oramos a un Dios ausente, de que hablamos sin saber si alguien en el fondo del pasillo nos
escucha. Eso es orar, eso es escribir. No se diferencian gran cosa salvo por la gracia del dolor que invade al creador en el momento en que la poesía revela tal
catástrofe. Es entonces que inicia la repetición, el peregrinaje del alma hacia dentro.