Vivimos en sociedades crecientemente plurales, en las que conviven variadas y asimétricas identidades colectivas. Hoy en día, los territorios no separan físicamente a las personas de igual modo que lo hacían antaño; las relaciones humanas se mantienen por medios virtuales casi inmediatos que no hacen necesario convivir en el mismo espacio para compartir elementos de identidad ni vivencias. En contrapartida, es cada vez más posible que quienes comparten un mismo territorio tengan elementos de identidad distintos o sentimientos de pertenencia no coincidentes.
La diversidad cultural, identitaria, religiosa o lingüistica no es un fenómeno nuevo en las sociedades de nuestro entorno, pero los avances en los transportes y en las comunicaciones las hacen más visibles que en épocas pasadas. Sin embargo, nuestros esquemas institucionales y políticos no han evolucionado de modo paralelo a estas transformaciones, y la gestión democrática de la diversidad cultural es posiblemente el mayor reto que tiene planteada la Política hoy en las sociedades desarrolladas de Europa.
Frente a una idea restrictiva de democracia que la confunde con la regla numérica de la mayoría, es preciso ampliar y pluralizar el modo en que los derechos humanos puedan ser ejercidos teniendo en cuenta la naturaleza plural de nuestras sociedades. Esto implica la necesidad de repensar conceptos o actitudes profundamente asumidas y que no acostumbramos a cuestionar, para lo cual este ensayo pretende ser una guía útil.