Únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre, escribió Kant. Hoy, sin embargo, la educación se ha convertido en un universo atravesado por mezclas y confusiones sin límite. Se ha convertido en el centro de discusiones interminables y en el lugar donde todos los pareceres, tanto los sensatos como los insensatos, tienen cabida. Al cuestionar la educación, si nos atenemos a la opinión de Kant, estamos cuestionando lo que significa ser hombre, lo que significa el ser humano en general. La institución escolar, como no podía ser de otra manera en estas circunstancias, ha pasado a ser el rompeolas de todas las corrientes de pensamiento. En ella estallan los fundamentalismos religiosos y políticos. En el recinto de sus muros han anidado, fructificado y crecido las ideologías, las ambiciones de poder y el ansia de dominio. Los profesores, desconcertados, abrumados, criticados por sus alumnos y por los padres de sus alumnos, enferman llenos de abatimiento o sobreviven a fuerza de coraje y de valor. Muchos intelectuales, muchos analistas y estudiosos, acomodados y guarecidos en los bordes del poder, bien alimentados, sin atreverse a diagnosticar la sociedad en la que viven, se limitan a justificar cualquier propuesta con tal de que no se cuestione su buena voluntad ni se agiten las aguas tranquilas de su conciencia. Estas páginas pretenden desenmascarar algunas de las alternativas más aplaudidas y defendidas, algunas de las interpretaciones más confusas e influyentes. Pretenden ofrecer un camino claro y firme. Si se olvidan los prejuicios, quizá podamos encontrar alguna luz, alguna brecha por la que ofrecer un respiro a las generaciones futuras.