Como Bolaño, Vila-Matas o Rodrigo Fresán, Bordón siente predilección por las historias que involucran a otros escritores; la propia exhortación incendiaria no es otra que una célebre frase de Gombrowitz.
Un pistoletazo de salida para inmiscuirse en la ficticia vida privada de Borges, Brecht, Stein, Jesucristo o Perec. En pocas pero letales pinceladas, Bordón acierta a desentrañar la psique de cada uno, sus aficiones sexuales, sus debilidades, su humana grandeza, sin descuidar la precisión técnica propia sólo de quienes conocen los secretos del género y obran el milagro con naturalidad y sencillez.