La obra que tiene usted delante consta de tres textos que se comunican entre sí, haciéndose uno, desde una particular lectura de los cuerpos que, por una u otra razón, y en diversas dimensiones, se habrían mantenido casi hasta nuestros días, fuera de las coberturas institucionales y reglamentadas sobre la salud de los trabajadores y los empleados públicos. Los cuerpos del maestro y la maestra de primeras letras, los jornaleros y criados del campo e incluso ese cuerpo tan resbaladizo y utilizado como es el del soldado o marino de guerra.
Posiblemente, porque han sido cuerpos leídos más allá o más acá de lo social, como marca del espacio/tiempo en el que, interesadamente, se instalan los dispositivos modernos sobre la salud de los trabajadores, aunando intereses de productividad socioeconómica con los de aminoración de potentes reivindicaciones obreristas. En este panorama siempre existieron cuerpos que, por diversas razones, se escapaban de los fantasmas que atenazaban a las clases detentadoras del poder o, simplemente, como pudo ocurrir con los jornaleros y trabajadores del campo, eran como decía Columela y nos recordó Delibes, útiles que hablan. En suma, cuerpos no peligrosos, o al menos, no tan peligrosos como los obreros fabriles que, a partir del XIX, exigen desde la palabra la plena ciudadanía.