En pleno invierno, habiendo superado ya el trayecto que cruza Alemania, Gautier enlaza San Petersburgo con Moscú, dando lugar a las primeras muestras de la irresistible belleza de sus descripciones. Su visión pictórica ?colorista y plástica? alcanza desde las extensas llanuras colmadas de nieve hasta la tregua que representan los salones de las estaciones de tren, con sus amplias cristaleras y plantas tropicales, puntos de encuentro en los que confluyen milagrosamente las distintas Rusias que conforman el imperio. Y así llegamos a Moscú, y así sentimos nosotros, los lectores, la fascinación y el desafío descriptivo que supuso para Gautier recorrer sus plazas y sus catedrales, y ante todo, el Kremlin. La historia nos cuenta que Gautier no pudo o no supo adaptarse de nuevo a París. La llamada del «vértigo del Norte» le devuelve a Rusia en verano, y si antes la recorrió en ferrocarril, ahora es el río Volga quien le acompaña en su periplo. Si antes el murmullo del diablo del viaje le incitaba a visitar el Kremlin, ahora le guía hacia Nizhni-Nóvgorod, ciudad que albergaba en esos tiempos una importante feria q