Miguel de Unamuno, el gran pensador de la generación del 98 y un hombre de contradicción y pelea como él mismo sostenía, hizo caminar su poesía de la mano de su pensamiento filosófico. Desde un enfoque existencialista, amparado por el modernismo, nos brindó estrofas breves y armoniosos versos ampliamente relacionados con sus experiencias vitales, en los que predominaron el conflicto religioso, el drama íntimo, la vida doméstica y los problemas de su patria.
Es Romancero del destierro, publicada en 1928, una de las obras menos conocidas de su autor, quizá debido a que no fue editada en su totalidad en España hasta 1982, bien entrada la democracia. Integrada la obra por una colección cronológica de poemas de los que paradójicamente tan solo 18 son romances, evidencia el ámbito mental en el que estas composiciones brotaron, de la pluma de un Unamuno que revela aquí las dificultades de su lucha en el exilio en París y Hendaya, asolado además por la crisis moral y política que siguió a la pérdida de las últimas colonias españolas. Calificado por Machado como «donquijotesco», Unamuno fue desacreditado como poeta durante muchos años, sin considerar que su filosófica y honda lírica brotaba de su asombrosa visión, sentimiento y voluntad.