A veces quisieran no haber nacido. A veces se conceden el lujo de la esperanza. El historiador Emanuel Ringelblum recoge y archiva las evidencias cotidianas de la vida y la muerte en el gueto de Varsovia, junto a sus compañeros de la organización clandestina Oyneg Shabes. Cuando el muro se cierra en torno al gueto, Ringelblum, cronista del desastre, decide quedarse, ayudar, describir. Vive para registrar y transcribir, para él no hay hechos inefables. Vive para decir: ?recolecten todo lo que puedan?, antes del fin. Para trenzar la historia y la memoria, como una elegía y un reclamo. Ringelblum denuncia (la obscena opulencia de los ricos, la complacencia repugnante de los conversos), examina (los gestos y los rostros, la disposición exacta de los cuerpos), hace números (de deportados, de muertos de hambre, de muertos de frío). Ringelblum mira. Y escribe. En los días de la gran deportación, el archivo se entierra en diez cajas de hojalata y dos latas de leche. Hay un tercer entierro, del que se exhumará solo un fajo de papeles quemados. Cuando este archivo emerja, será el Archivo Ringelblum, un pila de papeles